Los Guanches emparentados con los beréberes dedicaban un culto particular a un árbol, el Garoé, que les proporcionaba agua dulce en abundancia. Este árbol que parecía mítico, existió hasta que fue arrancado de cuajo por un huracán en 1610. Su existencia está atestiguada por una
plaza conmemorativa y por los seis pozos a cielo abierto que recogían su agua. Se encontraba alrededor de los 1.000 metros de altura cerca de Tiñor, en la vertiente que recibe el viento. Curiosamente su desaparición coincidió con la extinción de la civilización guanche en la Isla de Hierro, quizas al verse privada de sus raíces
El Garoé medía más de tres troncos de hombres, es decir, un diámetro del orden de 1,50 metros.
El "Árbol Santo´´ sobrevive en el escudo de la Isla del Hierro, un árbol capaz de captar el agua de las nieblas y de las lloviznas, y que, por tanto, permitió desarrollar una verdadera vida agrícola en medios de pluviométrica débil.
A pesar de algunas incertidumbre se piensa que el Garoé debía ser una laurácea y, más exactamente, un laurel endémico de las Isla de Madeira y las Islas Canarias, un espécimen de "Ocotea Foetens"
Historia del arbol Garoé
Cuentan numerosos historiadores que en tiempos de la conquista hubo en la isla de Hero, (Hierro en la actualidad) un árbol al que los naturales llamaban Garoé, y no conocían los estudiosos otro árbol similar en todo el archipiélago o tierra conocida. Este era capaz de destilar el agua de las brumas que llegaban a él, por sus grandes hojas, siendo esta recogida en unas hoquedades hechas en el suelo por los naturales de la tierra. No había más agua en Hero que la que destilaba el Garoé. Era por ello que los Bimbaches adoraban a este árbol como si de un dios se tratase, velando siempre por su bienestar y seguridad.
No obstante cuando vieron llegar a los conquistadores al puerto de Tecorone (hoy de "La Estaca"), temieron por su propia libertad y concertan en tagoror a toda la isla, pues no era la primera vez que los barcos piratas llegaban a aquellas islas para diezmar a su población vendiéndola como esclavos en países allende el mar. En dicha asamblea se llega a la resolución de que se deben cubrir las copas del Garoé para que no sea descubierto por los extranjeros, ya que de no encontrar agua posiblemente se fueran, abandonando la empresa de conquistar la isla .
Todo se hizo según lo acordado, y habiendo guardado reservas de agua lo suficientemente importantes como para no volver al Garoé en varias semanas e imponiendo la horca a quien revelase tan preciado secreto, vieron como la expedición franco-española de Maciot Bethencourt comenzaba a sufrir las penalidades de la sed. Fue entonces cuando una aborigen, Agarfa, se enamoró de un joven andaluz de dicha expedición, y dejandose llevar por el amor que le profesaba reveló el valioso secreto del Garoé sin pensar que con ello estaba condenando a todo su pueblo a perder la libertad.
Estando Maciot al tanto de la buena nueva, sabía que la conquista de la isla estaba próxima. Por contra los bimbaches, viendo como su árbol sagrado estaba en manos extrañas decidieron ajusticiar a Agarfa secuestrándola del campamento extranjero en donde se encontraba, ahorcándola el rayar el alba del día siguiente.